A pesar de que Nicholas es la tercera generación de ebanistas de su familia, no fue gracias a su padre ni a su abuelo que aprendió el oficio, sino que todos sus conocimientos los ha adquirido de forma totalmente autodidacta. Algo cuanto menos curioso, ¿no? Pues como casi todo en la historia de este inglés apasionado de la ebanistería y enamorado de Sevilla.
A pesar de no haber aprendido el oficio de ellos, lo que sí ha llegado a sus manos son las herramientas con las que ambos trabajaron durante sus carreras profesionales. Como nos cuenta el propio Nicholas, “estoy usando las herramientas de mi padre y mi abuelo, que son una maravilla. Algunas de sus herramientas tienen más de 200 años, pero sigue funcionando divinamente”. Es como si parte de su saber hacer se hubiera transmitido de una generación a otra a través de estos utensilios.
Cuando Nicholas conoció a su padre, este ya había dejado el oficio de la ebanistería, aunque no se había desligado del todo de la madera. Eran los años 40-50, justo después de finalizar la Segunda Guerra Mundial, y en casa de los Chandler-Smiles había 4 criaturas a las que alimentar, así que el progenitor decidió que necesitaba un oficio mejor pagado. Comenzó a trabajar como carpintero en los estudios de cine en producciones como James Bond o Chitty Chitty Bang Bang (en las que figura en sus títulos de crédito), aunque, como recuerda Nicholas, no le gustaba nada “porque sólo usaban madera de pino, martillo y clavos” y todo consistía en “hacerlo rápido, rápido”.
No fue hasta la Universidad, a donde Nicholas había acudido con el objetivo de formarse para ser profesor de instituto, cuando se encendió la chispa de la ebanistería. En el segundo trimestre del segundo año de carrera su tutor encargó un proyecto a toda la clase: diseñar y fabricar una silla. “Y pensé, oh, silla, eso es difícil. Entonces, dibujaba muchos bocetos, llenaba páginas y páginas. Y me gustaba, porque siempre me ha gustado dibujar, desde niño. Dibujar, dibujar”. Al final del trimestre Nicholas tenía su silla. “Estuve alucinado por el proceso de empezar con un boceto y luego un croquis con dos dimensiones y después un dibujo tamaño escala 1:1 de mi silla. Y al final del trimestre, en Semana Santa, tuve mi silla, y para mí fue lo mejor que me ha pasado en mi vida”.
Aquel Nicholas veinteañero había entendido que una semilla se había plantado en su interior. Años más tarde se convertiría en profesor, carrera que ha compaginado con sus proyectos personales, tanto en Londres como en la actualidad en Sevilla.
“Fui profesor durante nueve años en Londres, los últimos dos años jefe de departamento. Mis asignaturas fueron carpintería, carpintería metálica, dibujo técnico, y también un poco de arte, dibujo y cerámica. Hice un poco de todo, y todavía me encanta la enseñanza”.
Al igual que le había sucedido a los 20 años, a los 40 algo volvió a removerse dentro de Nicholas. “En mi crisis de los cuarenta llegué a este punto en el que me sentía restringido en Inglaterra. Yo quería más. En aquel momento estaba trabajando para un diseñador y llegó la oportunidad de trabajar en Estados Unidos durante un mes”. Nicholas cogió el tren en marcha y puso rumbo a América. Problemas con su visado hicieron que se rompiera el sueño americano, así que Nicholas cambió de destino.
Un amigo suyo le comentó la posibilidad de venir a España. Después de valorar diferentes opciones (Madrid Barcelona, Málaga…) y descartar algunas de ellas (no tiene mar, hablan catalán, demasiados ingleses…) Se decidió por Sevilla. Está a “sólo unos centímetros del mar“, y “tiene una escala humana, muy manejable". Y aquí estoy, con mi mujer sevillana, ¿qué más quieres?”.
Desde Sevilla vende sus obras en diferentes países. “España, Francia, Italia y Alemania son los países principales, de momento”, nos cuenta un Nicholas, quien afirma que, en general, en Europa, la gente está “muy educada visualmente por la historia arquitectónica, el arte. Están acostumbrados a ver cosas muy bien hechas, muy bonitas, y aprecian mucho la artesanía”.
A la hora de abordar cada uno de esos encargos, Nicholas intenta “enfocar el diseño y las formas hablando con mi cliente. Ellos me muestran un sitio, el lugar donde lo quieren. Entonces, hay que abrir los ojos y tener presente cada aspecto del lugar”, porque cada pieza que sale de sus manos es única, exclusiva, irrepetible y está hecha especialmente para ese sitio.
Una forma de trabajar en la que ahora tiene la posibilidad de elegir los encargos que acepta. “Yo quiero hacer cosas que me mueven, cosas que me gustan”. Quizá por eso, a estas alturas de la película, su proyecto preferido es el que está por llegar. “Tengo la oportunidad de explorar esto. Cada vez que he acabado algo pienso `fue difícil, pero lo he logrado´. Y es una satisfacción inmensa para mí, personal y profesionalmente, pero también significa que es un estado de evolución continuo. Es imposible empeorar. Estoy siempre buscando el próximo reto”.
Próximamente vendremos a contarte la segunda parte de la bonita historia de Nicholas Chandler-Smiles. Mientras tanto, no te pierdas ninguna novedad de woodiswood visitando nuestra web para descubrir más proyectos inspiradores, apúntate a nuestra newsletter y síguenos en nuestras redes sociales (Instagram, Facebook y LinkedIn)
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