“Un producto tiene que estar perfecto, pero muchas veces esta perfección nos la da la imperfección que ya tiene la propia madera. Si esta madera ha salido con este nudo aquí y ha llegado a mí con este nudo, es que así tenía que ser. Este su forma, no le puedes cambiar la forma. Cortarle esto sería como cortar un brazo”. La pasión que Emiliano pone en su trabajo también la pone en sus palabras.

Su proceso de trabajo está lleno de dejarse llevar, de leer la madera, de darle solo lo que necesita, sin perder su esencia. Seguramente por eso también es reacio a cambiar el color de la madera en sus productos, algo que en su taller-showroom no suele hacer. A él le gusta “dejar la pieza tal y como es, natural, que así se ve toda la belleza de la pieza, que es lo suyo”.

Sin estudios de carpintería ni de ebanistería, pero con mucha pasión, mucho amor y mucho cariño, Emiliano ha logrado levantar un proyecto a base de trabajo, trabajo y trabajo. “Todo lo que hago lo hago porque me sale desde dentro y lo hago porque le pongo muchísima pasión”.

Emiliano es de los que no tienen miedo ni vergüenza, de los que preguntan, prueba, falla, vuelven a probar y así hasta conseguir el resultado que estaba buscando. O, mejor dicho, el que le fue desvelando la pieza de madera capa tras capa, lijado tras lijado. “A la primera me saldrá mal, a la segunda también. A la tercera ya lo hago”, afirma orgulloso.

De entre todos esos procesos imperfectamente perfectos, Emilio recuerda, con una sonrisa en la cara, una mesa en concreto en la que “salió una veta justo en el medio. Una veta como un corazón. Esa es otra imperfección. Si esta madera ha querido sacar un corazón uniendo a dos piezas ha sido la madera, no he sido yo. Es la natura. La natura manda. Así era y así era”.