Después de toda una vida dedicada a la ebanistería, Abel sigue con la misma ilusión y las mismas ganas que el primer día. Y, cada día, Boama es más Boama.

Unas manos sin huellas dactilares, curtidas por horas y horas de lijar madera. Ese es el primer recuerdo de Abel en su taller. Sarna con gusto no pica, dicen. Y es que los proyectos que realmente motivan a Abel son los que solo lleven madera. “No siempre es posible, pero es hermoso, porque diseñas un conjunto, diseñas los ensambles, la sección, vas preparando la cabeza para ese tipo de despieces…”.

En su taller todo son piezas únicas, hechas a medida, por encargo, y ahí es donde más se nota las manos, la cabeza y, sobre todo, el alma de quien las hace. Es un mundo pequeño, en el que todos se conocen y en el que el respeto profesional está por encima de casi todo. “La mirada de respeto de otro profesional, eso no se paga”, concluye Abel.

Esa es una satisfacción que solo se puede comparar con la sensación de ver “tus piezas por ahí, y que la gente diga que si estás en O Carballiño tienes que ir a ver a Abel”. Como él mismo dice, “son cosas que se ganan con los años y con hacer las cosas siempre bien”.

Allá por el año 2017 Abel emprendió una nueva aventura, la fabricación de instrumentos de percusión tradicional. Empezó a tocar en un grupo con un tambor que había comprado en Valencia y, poco después, decidió hacer el suyo propio. Una idea que también gustó a sus amigos, quienes empezaron a insistir para que Abel profundizara en este tipo de proyectos. Y no hizo falta mucho para que lo consiguieran. 

En cuanto a los tipos de madera que selecciona para sus proyectos como luthier, Abel lo tiene claro: siempre que hay madera del país, escoge madera del país. “El fresno me gusta mucho para los instrumentos. También el castaño y el nogal. A veces uso roble, pero roble americano”.

El proceso de trabajo, explicado con sus propias palabras, parece sencillo, pero no lo es tanto. “Tienes que meterte dentro de la madera y saber cómo se va a comportar”. Primero selecciona una madera, preferiblemente sin nudos, sin grietas y con una veta lineal, la hidrata, la calienta al fuego sobre unos moldes de hierro, le da forma y pasa a encolarla. Para la membrana usa piel de cabra, pero, como él mismo dice, “cada profesional tiene su sistema”.

Este proceso de trabajo le ayuda a seguir creciendo personal y profesionalmente, creando su propio camino, que espera que dure toda la vida. “Una vez que empecé en esto nunca pensé en dejarlo. Encontré mi sitio”

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